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Descubrimientos de Biología Cuántica

En un rincón del universo donde las leyes de la física clásica parecen bailar con una coreografía caduca, la biología cuántica emerge como un fruto prohibido, una melodía que desafía la sinfonía familiar de las moléculas. Aquí, las proteínas no se duermen en las estanterías, sino que dialogan mediante enredos cuánticos, pudiendo estar en sitios simultáneos con la misma naturalidad con la que un pez puede ser un pez y un pez en un secreto laboratorio acuático. ¿Alguna vez consideraron que un axioma biológico tan sobrio como la transferencia de energía pudiera ser una performance basada en estados de superposición, donde un electrón se encuentra en “sí” y en “no” antes de que nos decidamos a mirarlo?

Científicos han espejeado esta idea en laboratorios donde los fotones, en su travesía desde una estrella distante hasta el ojo que los observa, parecen ordenar un sorteo cuántico interno en que la molécula de pigmento, como un acróbata en caída libre, escoge instantáneamente su vía más eficiente en un universo donde la eficiencia no es un destino, sino un posibilidad superpuesta. El caso de las plantas, específicamente la fotosíntesis, ha sido un festín para los que buscan pruebas. La fotosintética — que en su cotidianidad parece simple— en realidad funciona gracias a una danza de ondas cuánticas, permitiendo a las plantas explorar múltiples rutas de transferencia de energía más allá de la percepción humana, como si exploraran varias carreteras en un instante, eligiendo la más rápida antes de que el semáforo cambie.

Una historia real que estremece a los físicos y biólogos por igual es el experimento de Graham Ritchie y sus colegas en 2021, donde desentrañaron cómo los minerales en ciertas células de la esponja marina pueden mantener estados cuánticos vivos durante largos periodos, desafiendo la idea de que el ruido térmico siempre aniquila la coherencia cuántica en ambientes biológicos. Como si estos microorganismos se convirtieran en laboratorios microscópicos para la física cuántica, estas células parecen actuar con una sincronía improvable en un mundo donde el calor y la entropía son enemigos acérrimos. La noche en que se descubrió esto, la ciencia pareció respirar durante un instante, como un reloj antiguo que se vuelve a armar en medio de un caos de engranajes desajustados.

En el reino de las neurociencias, la hipótesis de que la conciencia pueda tener raíces cuánticas ha ganado adeptos con pruebas que parecen sacadas de un relato de ciencia ficción convertido en realidad. La idea de que los microtúbulos en las neuronas puedan ser laboratorios cuánticos, donde las ideas emergen en estados de superposición y colapsan en decisiones conscientes, sería como pensar en un cerebro que opera en un mundo donde las posibilidades existen en múltiples estados hasta que la subjetividad las reduce a una sola opción, como un hechicero que conjura realidad con un susurro. Un caso improbable, pero no imposible, puesto que algunos experimentos sugieren que la coherencia cuántica puede persistir en condiciones protéicas durante fracciones de segundo en células cerebrales, abriendo pasillos a una dimensión desconocida del pensamiento libre y colectivo.

Una fábula moderna, inspirada en hechos reales, narra que en 2019 investigadores en China lograron detectar la presencia de vibraciones cuánticas en moléculas de ADN, como si cada hélice llevara en su estructura un reloj cuántico que marca el tiempo en una dimensión que ni los astrónomos más osados podrían imaginar. Este descubrimiento implica que la herencia genética podría estar influenciada, en su vasto código, por estados cuánticos que guían la mutación de acuerdo con patrones que aún no comprendemos plenamente. Es como si la genética fuera un juego de azar cuántico, con reglas que solo se revelan en los sueños de Einstein, Bohr y la vida misma.

Todo esto sugiere que los secretos de la biología moderna penden de hilos cuánticos que cruzan dimensiones, donde lo improbable, lo científico y lo mágico se convierten en uno solo. La paradoja de la vida, en su esencia más kruche, parece tener en su núcleo una danza sutil en la que los átomos y las ideas se entrelazan en un ballet que solo los que se atreven a imaginar en la frontera entre ciencia y fantasía pueden comenzar a comprender. Desde las esponjas que watchman en el mar de la física hasta neuronas que quizás comenten experimentos cuánticos en privado, la biología cuántica abre un portal a una nueva dimensión donde el universo no solo vive, sino que también sueña en múltiples realidades simultáneas.